miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sin tema en París


Amiga,

He estado mirando atentamente a mi alrededor para ver si encuentro algo interesante sobre qué escribirte. Hasta me he llevado algunos días mi libreta de notas por si se me ocurre una frase inspiradora a mitad de la calle. Pero llega un punto en el que la rutina te atrapa y la ciudad en la que vives –aunque sea París- se reduce a las tres calles que usas todos los días para cumplir con las rutinas cotidianas.

He estado considerando escribirte sobre los 'sin casa' -nosotros no usamos esa expresión, decimos mendigos ¿no?- que viven en las aceras o escondidos entre los resquicios de los edificios. Los veo todas las mañanas mientras camino por la Rue d´Ulm al Colegio de los Irlandeses. Duermen en las aceras, sobre las rejillas de las que sale un vapor que parece venir de la tierra o en el precario agujero que queda entre una jardinera abandonada y la fachada de un edificio. Cuando se levantan y se van a hacer lo que sea que hacen durante el día -¿pedir limosna? ¿recoger desperdicios? ¿dormir en otro lado?- dejan en el lugar un cerro de cosas dispersas y difíciles de clasificar: zapatos nonos, pedazos de trapos, periódicos, cartones. Un estropicio marrón y arrugado que indica que alguien ha tomado ya esa esquina y nadie más puede reclamarla. Pero es un tema demasiado triste.

He pensado escribirte sobre el modo como en esta ciudad remodelan o le hacen mantenimiento a los edificios. En las tres calles que uso todos los días hay al menos dos edificios tapados a los que les están reconstruyendo la fachada y es impresionante la rapidez con la que los embojotaron en andamios y grandes telas blancas. Ahora parecen momias gigantes. Uno puede imaginar que detrás de las enormes telas se realiza un complicado ritual de limpieza y restauración y que en unos meses, cuando destapen el edificio, será posible ver el milagro del cambio. Se trata de edificios que pueden tener cien años o más, así que estamos hablando de una operación delicada. Pero es un tema sobre el que mi ignorancia me impide decir mucho más.

He pensado escribirte sobre las largas colas que se hacen a medio día en la acera de enfrente de las boulangeries. Son colas de estudiantes hambrientos y con frío, que esperan pacientemente a que en el diminuto espacio de adentro le despachen a los afortunados que llegaron primero. Todos compran grandes sánduches de jamón y queso, de brie con tomates, de pollo al pesto con camemberg... las combinaciones son infinitas. También se pueden comprar las deliciosas ‘tartes de pommes’ –que son mis favoritas- o unas escuálidas ensaladas que de solo mirarlas el hambre se multiplica. Pero ¿a quién le interesa qué comen los estudiantes en las panaderías parisinas?

He hecho varias veces el intento de escribirte sobre los graffitis que hay en toda la ciudad. He tomado muchas fotos que he ido usando para distintas notas, incluyendo ésta. He intentado ordenar de algún modo las imágenes para ver si puedo construir una especie de clasificación que me permita armar un relato del graffiti parisino. Un relato que vaya desde la firma rápidamente trazada para reclamar un espacio, hasta las elaboradas imágenes de una vampiresa llamada Miss.Tic que declara en distintos dibujos su pasión por la libertad, pasando por los personajes de cine que pinta Jef Aerosol, sin dejar afuera las pintas multicolores de figuras abstractas. Pero no logro dar con el hilo que me permita unir todos los pedazos en un discurso coherente.

He considerado escribirte sobre la diminuta sala de cine que hay en nuestra Rue des Ursulines. Es un cine dedicado a películas infantiles, no sé si exclusivamente, pero eso parece. En las mañanas, y a veces también en las tardes, se apilan filas de niños enfrente, esperando que les toque el turno de entrar. Hoy, por ejemplo, vi un grupo de niñitos que no tenían más de tres años, todos abrigaditos porque el frío no perdona. Iban en una fila doble, agarrados de las manos de dos en dos, y cantaban una canción de esas que cantan los niños, con muchas repeticiones y un ritmo pegajoso. Eran niñitos de todos los tonos de piel posibles y a ninguno parecía importarle en lo más mínimo de qué color era el compañerito que tenía al lado. Pero me he prometido escribirte una larga nota sobre los cines de París y esta instantánea pertenece a esa nota.

He querido insistir en mi tema del clima. Contarte que noviembre en París no es tan frío como en Edimburgo pero es igual de triste, porque te levantas sin sol, pasas la mañana y la tarde con el cielo encapotado y te acuestas sin haber visto un rayito de luz en todo el día. Llueve menos, pero garúa con insistencia. Hace menos viento, pero las aceras y las calles parecen estar siempre mojadas y uno se hiela de abajo para arriba. Se fueron los pájaros y lo único que se escucha a lo largo del día es la campana de la iglesia más cercana dando la hora. Pero el asunto del clima me da una sensación de deja vu que me pone nostálgica.

Nada me convence. Nada da para sentarse a considerar el asunto por más de un párrafo. Así que aquí me tienes, escribiendo la típica crónica del que no tiene nada interesante que contar. Y aún así me siento en la obligación de subirte esta nota porque me parece imperdonable mi falta de tema en una ciudad como ésta en la que pasan las cosas más importantes todos y cada uno de los días.

Siempre queda la posibilidad de escribir sobre lo que uno lee en la prensa o ve en las noticias. Pero esta semana, aparte de la debacle económica y los eternos pleitos políticos –los socialistas están eligiendo líder aquí esta semana... ¡y se tiran de los pelos de lo lindo!- lo único que realmente me ha interesado ha sido una noticia difícil de digerir: la muerte de un niño británico de 17 meses a manos de su madre y de dos amigos. La noticia no es, en realidad, la muerte de la criatura, sino la condena de los responsables y la asombrosa repartición de culpas que ha circulado en los medios. La prensa llama al niño ‘Baby P’. Si quieres saber sobre el caso puedes poner ese nombre en Google y entrarás en el horror. Yo prefiero abstenerme, por ahora.

Así que nos quedamos en esto, amiga, en una nota sobre las posibles notas que no te he escrito. Espero que esta falta de inspiración o de ánimo se me pase los días venideros y te pueda contar algo que valga la pena y sea digno del escenario en que me encuentro.

Mientras tanto, recibe un abrazo,

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