Amiga,
Tengo semanas mirando al lado de mi computadora un recorte de prensa de una columna que me llamó la atención y guardé con ánimo de traducirla. Y ahora que escribo “recorte de prensa” me doy cuenta de lo obsoleto que se ha vuelto ya ese objeto y el concepto mismo de un papel recortado de un periódico. En estos días ya no recortamos papeles sino que guardamos archivos en carpetas virtuales. Pero, como sea, la verdad es que tengo aquí al lado mientras te escribo la tira larga del periódico en el que leí un artículo que quería comentarte. Se trata de un texto sobre el lavado de cerebros.
A propósito de la muerte del líder norcoreano, Kim Jong-il, y de las demostraciones de histeria colectiva de sus deudos y –¿por qué no?– súbditos, Kathleen Taylor, se preguntaba en el periódico The Guardian si se trataba de un lavado de cerebro. La suya es una opinión autorizada, porque Taylor escribió un libro sobre el tema: Lavado de cerebro: La ciencia del control del pensamiento (Universidad de Oxford, 2004) y en esta breve columna que te comento hace un resumen muy apretado de las condiciones que deben cumplirse para que un lavado de cerebro colectivo o a gran escala sea posible.
Al leer este texto no pude evitar pensar en nuestra tierruca, en las demostraciones de cariño “auténtico” que le profesan al presidente venezolano las multitudes que lo aclaman en el balcón del pueblo, en las viejitas rezando el rosario por su salud, y en otras manifestaciones de apoyo incondicional a las que estamos ya –tal vez demasiado– acostumbrados. Por eso me armé de una tijera el otro día y recorté –como ya no se hace– este texto para traducirte al menos una parte. Y aquí va ese fragmento de un texto que se llama “Corazones y mentes”:
El lavado de cerebro lleva al extremo las técnicas de persuación desarrolladas a lo largo de siglos, utilizando un ambiente altamente coercitivo y controlado. Un campo de prisioneros es el espacio ideal; una dictadura autoritaria se le parece bastante. Las intensas presiones sociales hacen que la adopción de nuevas creencias o convicciones –o su aparente aceptación– parezca el camino más fácil a seguir.
Las cinco técnicas básicas utilizan el aislamiento, el control, la incertidumbre, la repetición y la manipulación de emociones. Estas técnicas funcionan porque nuestros cerebros no son estáticos ni autosuficientes, sino que están constantemente recibiendo nueva información acerca de lo que les rodea, construyendo opiniones y generando comportamientos. Si se cambia la información recibida y se controla el comportamiento, es posible cambiar las mentes.
Lo primero que hay que hacer es poner a la persona en un nuevo ambiente. El aislamiento cambia de inmediato la información que el cerebro recibe, haciendo más débiles las creencias anteriores. (...) Lo segundo, controlar el nuevo ambiente, especialmente en lo que se refiere a bloquear las informaciones o estímulos que puedan volver de nuevo activas las creencias anteriores. Es necesario rodear a la persona de creyentes; prohibir la libertad de prensa y la apertura a internet o controlar lo que estos medios hacen circular.
Es fundamental usar la incertidumbre. Los humanos no soportan la incertidumbre, especialmente si se sienten amenazados. La idea es desmontar las viejas creencias hasta que parezcan ridículas: cualquier idea puede parecer extraña si se la lleva hasta el límite (...).
La repetición es necesaria, porque el lavado de cerebro no se logra rápidamente, lleva tiempo y esfuerzo. (...) Y, finalmente, hay que hacer uso de emociones fuertes. Hay que usar el castigo cuando las creencias antiguas emergen y premiar el uso de las nuevas ideas.
Si estas técnicas se combinan a lo largo de los años, el resultado es poderosísimo.
Hasta aquí el texto de Kathleen Taylor, que finaliza con una nota optimista, afirmando que algunas de estas técnicas son armas de doble filo. Sobre todo el uso reiterado de la incertidumbre. Porque si una población sometida a estas técnicas ve en el gobierno una fuente de incertidumbre permanente, llega un punto en que la gente simplemente no aguanta más y se rebela. De más está decir que estas técnicas están presentes, juntas o por separado, en todas las estrategias publicitarias del régimen de Chávez. Y esa es la razón por la que recorté esta columna para traducírtela aquí.
Esperemos que la pasión del gobierno venezolano por la siembra de incertidumbre termine llevando a la gente al límite de lo soportable. Esperemos que esté cerca el día que los votos revelen que los venezolanos ya no quieren vivir en el aislamiento, con cada uno de sus movimientos controlados, bajo la más desesperante incertidumbre con respecto al futuro y sometidos a la repetición incansable de los mismos discursos que juegan con las emociones más básicas.
Y, por encima de todo, esperemos que después de esta experiencia los venezolanos aprendan alguna lección válida para el futuro.
Es demasiado esperar. Pero la esperanza es terca, amiga.
Te mando un abrazo –¿cómo más podría ser?– esperanzado,
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