Amiga,
El oficio de hablar de uno mismo puede parecerle a los demás un gesto egoísta o narcisista. Mirarse el ombligo parece de ociosos. Pero para el que indaga en su propio ánimo, en sus extrañas manías y precarias inclinaciones es más bien un oficio de descubrimiento de la entera naturaleza humana. Si podemos mirarnos a nosotros mismos y explicar con palabras al menos un par de los complicados modos en que nos movemos por el mundo, tal vez estemos desentrañando un misterio humano y no sólo un capricho particular.
En estas cosas he estado pensando desde que, por recomendación de Liliana Lara, comencé a leer dos libros extraños y por eso mismo reveladores. Son los ABC de Czeslaw Milosz y Dan Tsalka. Inspirados uno en el otro, en estos libros los autores tejen y entretejen sus recuerdos personales guiados por el abecedario. Siguiendo el caprichoso orden de las letras recuerdan personas, lugares, momentos, impresiones. Son libros fragmentarios, deshilvanados, que sin embargo le dejan al lector una impresión firme del territorio que el autor ocupa, de su manera de estar en el mundo. Y al dibujar ese espacio se revela también la cercanía con el resto de la especie humana.
Liliana se inspiró en estos dos libros para escribir su propio abecedario, que comienza con la palabra “agua” y una historia estremecedora y contundente (puedes verlo aquí). Yo me contagié y empecé a hacer una lista de las palabras que usaría si quisiera escribir mi propio abecedario, pero llegué hasta la jota de juegos y me quedé muda. Mis recuerdos no parecen alcanzar para el abecedario completo.
De todos modos pienso que el ejercicio es productivo y por eso quería hoy compartir contigo un fragmento de una de las entradas del ABC de Tsalka que se llama “Autorretrato a los veintisiete años”:
No resultó nada fácil, pero una noche me puse a trabajar en mi autorretrato. Para sobrellevar mejor el rechazo que sentía hacia el hecho de escribirlo, me convencí a mí mismo de que no me encontraba elaborando una autobiografía sino un autorretrato, como si ese género existiera, como si se pudiera pintar con palabras en lugar de carboncillos y pinturas.
Mi gusto por la palabra autorretrato se remonta a mi primera juventud. Me gustaba recrearme mirando libros de arte, y en repetidas ocasiones me encontraba en esos libros con retratos hechos por los grandes de la pintura. Al pie de muchos de esos retratos aparecía escrito quién era la persona retratada, su estatus y el carácter que tenía según podía deducirse de la obra misma. (...) Inútilmente buscaba yo los rasgos representativos del orgullo, las ansias de poder, la altivez, el fanatismo o las distintas formas de idealismo que allí se indicaban. Ese hecho me producía un gran desasosiego e incluso hizo que aumentara la falta de seguridad en mí mismo. (...)
Pero con respecto al autorretrato eso no era así. Los comentarios entonces me parecían precisos y, en ocasiones, incluso extremadamente agudos en cuanto al desciframiento de las estrategias que el pintor había empleado para mostrarse públicamente tal como era. Entrega, insolencia, elegancia, autocompasión, amor propio, horror... en todo lo tocante a los autorretratos las apreciaciones de los historiadores eran de lo más agudas y no dejaban lugar a dudas acerca de su acierto.
Me gustaba imaginarme al pintor espiándose en el espejo y tocando el lienzo con el pincel. ¡Si yo pudiera pintar un autorretrato!
¿Un espejo? ¿Un pincel? ¿Un lienzo? Me quedaba mirando la botella de retsina que tenía en la mesa, el plato con los dados de queso de cabra y con las espléndidas aceitunas griegas. Anda, ve tú y conócete a ti mismo...
Tantísimas palabras.
Unos cuantos trazos y un poco de color lo hubieran conseguido en un abrir y cerrar de ojos.
Hasta aquí el autorretrato de Tsalka. El tono tal vez suene algo acartonado, pero es una traducción del hebreo y supongo que no debe ser fácil darle vida en otro idioma a un lenguaje literalmente resucitado de entre los muertos. Aún así, queda en pie el gesto de la memoria, el amor por las palabras, el intento de reconstruir un impulso de juventud que no se materializa. La vida, pues. Pero también una evidencia más de que cuando alguien se mira al espejo y trata de describir lo que es o pretende ser no se ve solamente a sí mismo, sino que a través de esa figura íngrima mira la historia, el largo camino de toda una especie.
Te mando un abrazo como pintado,
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