lunes, 7 de septiembre de 2009
Como caraotas
Amiga,
Hoy amanecí con ganas de cocinar algo rico. Así que esta mañana contemplé como único proyecto del día preparar unas gustosas, cremosas, nostálgicas caraotas negras. Mientras picaba cebollas y pimentones recordé aquellas líneas de Sor Juana a Sor Filotea en las que ponderaba la cocina como un laboratorio de ingeniosas ideas que bien habrían podido aprovechar los hombres más sabios.
Una idea se me mezcló con otra y de pronto recordé otras cocinas, otros platos que he aprendido a hacer, otras comidas, olores, gente… la vida toda se me vino encima como si fuera ese personaje de En busca del tiempo perdido que se come su nostálgica magdalena y recorre desde ahí su vida entera. Y de esos recuerdos llegué a esta cocina en la que preparo caraotas negras como si no hubiera salido nunca de la tierruca, pero al mismo tiempo sabiendo que la distancia ya es infranqueable y que la vida está allá, en esa otra parte que llamamos futuro.
Y de ahí me dio por pensar que tengo casi cincuenta años y que a mi edad –a nuestra edad amiga- una gran mayoría de mujeres ya se han asentado en la vida, han tenido ya sus trabajos, sus amantes, sus hijos y sus maridos, están esperando nietos si no los han tenido ya y preparan un retiro digno. Pero nosotras, amiga, seguimos en la incertidumbre, seguimos a la espera de que la vida todavía nos lance sorpresas por el camino. Seguimos estudiando, aprendiendo, creyendo que hay algo que debemos hacer y no hemos hecho.
Eso puede ser, -como en efecto ha sido, ¿no?- una razón para sentir desasosiego, inquietud, ese movimiento bajo los pies que no cesa, esa inconformidad que no permite ni otorga paz, del que tanto nos hemos quejado. Pero es también una razón para creer que ha valido la pena, que está valiendo la pena estar aquí, haber pasado por todo, incluyendo los dolores, las separaciones, las pérdidas... todas las angustias.
Porque con todo eso hemos estado construyendo una especie de esperanza terca. Una especie de fe, aunque desvaída y a veces desencantada, en que hay algo más, algo más que no hemos aprendido, que no hemos hecho, que nos está esperando más adelante. Y qué otra cosa se puede pedir de la vida que ese empuje, ese gozo de esperar, esa alegría liviana de saber que no todo está dicho.
Así que amiga, aquí estoy yo cocinando caraotas negras, con toda la casa oliendo gloriosamente a comino y a ajos, a cebollas y pimentones, escuchando música a todo lo que dan las cornetas de mi ipod, a la espectativa –todavía- de lo que me está esperando más adelante. Hace sol, sopla el último viento de la primavera y el invierno está a la vuelta de la esquina. Pero hoy, aquí, retostando semillas de comino, te puedo decir que no sólo ha valido la pena, sino que las sorpresas no se han terminado.
Y justo hace un minuto se me ocurrió que ésta es, de algún modo, la respuesta que te debo a la carta que me escribiste hace unos días. Siempre se me ocurren tarde las respuestas, amiga, pero a veces resultan hasta inspiradas... y saben a ricas caraotas!
Sólo espero que este impulso gustoso y amable me dure un rato…
Te mando alentadores, esperanzados, optimistas cariños muchos,
r
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