martes, 28 de abril de 2009
El fenómeno Boyle
Amiga,
En estos días ha habido una avalancha de noticias sobre una señora llamada Susan Boyle que está concursando en un programa de búsqueda de talentos en Gran Bretaña. El programa se llama Britain's Got Talent y es una versión muy inglesa del American Idol o de su versión latina. Pero el asunto con Boyle es que se ha convertido en un fenómeno en Youtube, donde parece que han perdido ya la cuenta de las veces en que los fanáticos hay visto su primera participación en el programa.
La razón por la que finalmente decidí comentarte el asunto es porque la señora Boyle –que tiene nuestra edad- vive en un pueblito de West Lothian. Como si dijéramos a la vuelta de la esquina. Y me pareció que esas dos coincidencias, la edad y la cercanía geográfica, eran suficientes para que me viera obligada a hablarte sobre el caso.
No tengo mucho que decir que no se haya dicho ya. La prensa británica está llena de notas, artículos, fotos, reacciones y demás sobre la señora Boyle. También está saturada la prensa internacional y los buzones de correo de todos los seres conectados a la web que existen en el planeta. El furor ha llegado al punto de que uno de los personajes de las comiquitas South Park mencionó el tema la semana pasada. Es posible que sólo la amenaza de una pandemia global –que acaba de brotar en México- sustituya a Susan Boyle de las primeras planas.
Y, sin embargo, nada de lo que he leído parece haber enfatizado lo suficiente el hecho de que el video que han visto millones de personas es un burdo montaje, armado con el fin de jugar con las emociones más básicas del público. Me dirás, con razón, que a fin de cuentas estos programas basados en la explotación de las esperanzas de gente ‘real’ juegan –todos- con las emociones de la gente. Pero en este caso el espectáculo me parece que bordea el cinismo.
Si ves el video –sólo tienes que teclear el nombre de Susan Boyle en el buscador de Youtube- desde el primer momento te das cuenta de cómo los presentadores que hacen las entrevistas tras bastidores están enteradísimos de lo que va a pasar. Que no es tanto que la mujer tiene una buena voz, sino que el público va a juzgarla por su apariencia. Y aquí es donde viene mi incomodidad con todo el asunto.
Los medios han construido un código de visibilidad que le han impuesto a todo el mundo. Ese código establece que la gente debe tener ciertos rasgos aceptables para ser considerada visible en términos mediáticos. Hay gente que, simplemente, no puede ser vista en una pantalla, a menos que sea en determinados tipos de reality show o en documentales filmados en lugares remotos, donde la gente está sufriendo tanto que no tiene tiempo de alisarse el pelo con secador o quitarse la grasa de la cara con la base adecuada a su tono de piel.
Entre esa gente descartada por el régimen de visibilidad creado por los medios está la ingenua Susan Boyle. Así que los medios no sólo crearon el estereotipo de lo que soportamos ver en la pantalla, sino que ahora nos muestran un ejemplo de cómo –de tiempo en tiempo- proceden a aceptar entre los afortunados a aquellos que fueron excluidos antes. Abriendo las fronteras mismas que crearon, como quien derrumba de manera generosísima el muro de Berlín de la exclusión mediática.
Y en ese movimiento dejan entrar también -por un rato- a todos los televidentes que se sienten excluidos, porque son gordos, porque no se alisan los pelos, porque tienen el cutis manchado por la vida, porque sus dientes no son parejos o no están completos, porque ya no tienen dieciseis años o ya no lucen como si los tuvieran, porque su ropa no está hecha a la medida, porque se parecen a la cajera del abasto, porque no se pintan las canas, porque son gordos, porque no se alisan el pelo... no puedo seguir esta enumeración sin repetirme, pero creo que te haces una idea.
El punto es que los medios han intentado convencernos, a propósito del fenómeno Boyle, que somos nosotros los que tenemos prejuicios con la gente normal y corriente que encontramos cada día paseándose –feliz o desdichada- por cualquier pasillo del supermercado. Y nadie parece haber considerado el hecho de que no es el público el que tiene prejuicios contra la gente común y corriente. Es el medio audiovisual el que ha creado ese otro ser, distinto de nosotros, que puede y debe aparecer en los medios.
Y, por supuesto, cuando vemos a un especimen sacado directamente de la calle, del supermercado, de la esquina de la casa, aparecer en la pantalla no podemos menos que sorprendernos. Y no es justo que esa sorpresa sea leída como prejuicio, porque no es más que una respuesta inducida, como el cuento aquel de la salivación de los perros al oír la campana que asocian con la comida. De esos trucos sucios están hechos los programas de realidad virtual.
De más está decir que el resto del video que dura siete minutos, contando introducción y epílogo, no es más que una extensión del mismo procedimiento. ¿Quién puede creer seriamente en el juego de preguntas y respuestas que se hace entre los jueces y la señora Boyle, construido evidentemente para producir una única reacción? ¿Quién puede dejar de notar la puntería extraordinaria de las cámaras al captar las risas de las adolescentes a la vista de la señora de mediana edad que osa presentarse ante la exigente audiencia? Pero sobre todo ¿a quién engañan las caras de sorpresa de los jurados y del mismo público?
Susan Boyle no ha cantado ni dos segundos y ya las caras de sorpresa parecen corresponder a alguien que ha estado en presencia de tres horas de genio puro. ¡Por favor! Que alguien me explique cómo es posible apreciar una buena voz –o una buena interpretación, de cualquier tipo- en dos segundos. Es como si fuera posible maravillarse por una sola línea de El Quijote o por un mínimo trazo de la Mona Lisa.
Lo que el video nos muestra no es la voz extraordinaria de una señora escocesa de mediana edad, sino la puesta en abismo de los mismos prejuicios sobre los que se sostiene el espectáculo mediático. Tal vez alguien debería enseñar en las escuelas a mirar mejor la tele, en vez de andar por ahí repitiendo que somos tan injustos con la señora Boyle que no vimos su enorme potencial a través de lo poco promisorio de su robusta figura.
Hay un dicho en inglés que asegura que no se debe juzgar un libro por su portada. Es tal vez uno de los lugares comunes que se han manoseado más a propósito de este caso. No sería mala idea revertir el argumento y sostener que los libros que sólo están construidos de carátulas no deberían presumir que se les juzgue por sus profundas interioridades. Me refiero a los medios y a los personajes que crean. Y no es que yo tenga ningún prejuicio contra ellos. Siempre he presumido de ser una asidua consumidora de las superficies mediáticas. Pero me enerva cuando me quieren culpar de males ajenos o de prejuicios que no me pertenecen.
Yo vivo en West Lothian y tengo 47 años, igual que Susan Boyle. No tengo su voz, pero ese no es el punto. Como gente normal que anda por la calle y camina por los pasillos del supermercado con el pelo revuelto y sin maquillaje, sé que pertenezco a una especie no televisable. Y Susan también. Es por eso que ya han comenzado a cambiar su imagen y dentro de poco la veremos transformada en el bicho visible que va a permitir que la tele nos cuente una vez más el cuento del gallo pelón: ¿quieres que te cuente el cuento de la cenicienta? ¡A que sí!
Cariños,
r
Poema bobo
Amiga,
Esta mañana, muy temprano, una voz me despertó dictándome un poema bobo. Me desperté, busqué en mi mesa de noche mi libreta de notas. Como no estaba lo escribí en las hojas blancas de un libro que estoy leyendo.
A veces esos dictados nos quitan el sueño y pensé que ya que había perdido -o ganado, depende de cómo se vea- un par de horas, lo único que podía hacer con el poema bobo y con las horas que me sobran esta mañana, era copiártelo aquí. Así que ni modo:
Te dije que era bobo... pero debes admitir que sonreíste al final.
Esa es la idea.
Cariños,
r
Esta mañana, muy temprano, una voz me despertó dictándome un poema bobo. Me desperté, busqué en mi mesa de noche mi libreta de notas. Como no estaba lo escribí en las hojas blancas de un libro que estoy leyendo.
A veces esos dictados nos quitan el sueño y pensé que ya que había perdido -o ganado, depende de cómo se vea- un par de horas, lo único que podía hacer con el poema bobo y con las horas que me sobran esta mañana, era copiártelo aquí. Así que ni modo:
Me dicen que hay poemas
que contienen recetas de cocina.
Nunca los he visto
pero sé que puedo escribir uno:
Quiebra dos huevos
lánzalos al aceite bien caliente.
No necesitarás nada más
para despertar todas las hambres
Te dije que era bobo... pero debes admitir que sonreíste al final.
Esa es la idea.
Cariños,
r
lunes, 20 de abril de 2009
Jardín botánico
Amiga,
Me siento por fin a contarte sobre el jardín botánico. Más bien a comentarte algunas fotos que tomamos en la visita del fin de semana pasado. Se puede llegar al jardín botánico caminando desde el centro de la ciudad y cuando entras -pasando la puerta de flores que aparece arriba- resulta increíble que haya algo así en un lugar totalmente urbano. Parece un bosque en un tiempo y un espacio remotísimo...
Pero los letreritos que te informan en latín el nombre de las especies te recuerdan que estás en un lugar creado por expertos.
Lo más atractivo del lugar es el invernadero. Dicen que es uno de los más viejos -fue construido en 1854- y el más alto de Europa...
Adentro te sientes como si estuvieras en una selva americana, aunque hay plantas de todos los lugares tropicales del planeta. Nuestras pobres palmeras parecen gigantes presos...
Entre las muchas plantas del invernadero vimos un árbol de canela, el único que he visto en mi vida -¡con olor a canela!- y unos helechos gigantes que fotografié especialmente para que José Ángel los viera. Me parecieron un buen contraste con sus árboles en miniatura.
Finalmente, hay un espacio afuera dedicado a las plantitas diminutas que nacen en las montañas más altas del mundo. Entre esas plantas están estas florecitas verdes con las que cierro el paseo virtual...
Espero que te haya parecido interesante el paseo. Nosotros quedamos encantados y con ganas de volver.
Cariños,
r
viernes, 17 de abril de 2009
85% menos
Amiga,
Iba a escribirte sobre una visita que hicimos al jardín botánico el fin de semana. Pero me encontré con una noticia en mi buzón de la USB que me paró en seco. ¿Cómo puedo estar aquí escribiendo sobre visitas a jardines cuando la biblioteca de mi alma mater pierde de un plumazo el 85% de su presupuesto?
La disminución de fondos no es la única tragedia de ésta y otras bibliotecas del país –la destrucción de libros es tal vez lo peor. Pero lo que me parece tal vez más patético es el hecho de que para mantener actualizadas las bases de datos y suscripciones a revistas internacionales, todas y cada una de las universidades del país deben recibir la autorización PERSONAL del presidente de la república y de su vice-presidente.
Entiéndase bien: no basta la autorización de CADIVI, ni siquiera la media firma del vice-presidente, que ya es un exceso. No. Es necesaria la firma completa, directa, de puño y letra del primer mandatario nacional para que las bibliotecas de las universidades de Venezuela tengan acceso a las miserables divisas que requieren para mantener al día sus compromisos con revistas internacionales.
Abajo va la nota completa que envió la Biblioteca a su personal. No creo que sea posible explicar con mejores detalles la tragedia:
Ante esta tragedia, habrá que esperar un rato antes de que pueda armarme del estado de ánimo necesario para que no me dé vergüenza contarte sobre el jardín botánico de Edimburgo.
Hasta entonces,
r
Iba a escribirte sobre una visita que hicimos al jardín botánico el fin de semana. Pero me encontré con una noticia en mi buzón de la USB que me paró en seco. ¿Cómo puedo estar aquí escribiendo sobre visitas a jardines cuando la biblioteca de mi alma mater pierde de un plumazo el 85% de su presupuesto?
La disminución de fondos no es la única tragedia de ésta y otras bibliotecas del país –la destrucción de libros es tal vez lo peor. Pero lo que me parece tal vez más patético es el hecho de que para mantener actualizadas las bases de datos y suscripciones a revistas internacionales, todas y cada una de las universidades del país deben recibir la autorización PERSONAL del presidente de la república y de su vice-presidente.
Entiéndase bien: no basta la autorización de CADIVI, ni siquiera la media firma del vice-presidente, que ya es un exceso. No. Es necesaria la firma completa, directa, de puño y letra del primer mandatario nacional para que las bibliotecas de las universidades de Venezuela tengan acceso a las miserables divisas que requieren para mantener al día sus compromisos con revistas internacionales.
Abajo va la nota completa que envió la Biblioteca a su personal. No creo que sea posible explicar con mejores detalles la tragedia:
Sobre el ajuste presupuestario
REDUCCIÓN DEL 85% DEL PRESUPUESTO DE LA BIBLIOTECA
La Biblioteca informa que el dia de ayer, 16 de abril de 2009, se recibió la comunicación oficial con el último ajuste presupuestario el cual representa el 85% del presupuesto asignado. En este sentido:
* No podremos renovar las suscripciones de revistas impresas y electrónicas del 2010 lo que traerá graves consecuencias en la continuidad de las colecciones impresas a partir de enero 2010 y cortes en los accesos a los recursos electrónicos.
* Solo se podrá renovar el 50% de las bases de datos electrónicas
* Se disminuyó en un 37% los insumos necesarios para la preparación técnica de los libros para su puesta en estantería.
* Se disminuyó en un 36% los recursos para la restauración y encuadernación de las colecciones impresas existentes.
¿Por qué es grave el no tener los recursos financieros para la renovación de las revistas científicas impresas y electrónicas y bases de datos, en el año anterior a su suscripción?
1.- El período de acceso y entrega de estas fuentes de información es año calendario: Enero-Diciembre.
2.- Los recursos deben ser pagados para poder ser despachados. No se conceden créditos en suscripciones anuales.
3.- Desde la aprobación de la nueva Ley de Contrataciones, el Servicio Nacional de Contrataciones nos exige Licitar la adquisición de obras cientificas y literarias (como son estas fuentes de información).
4.- Aproximadamente el 98% de la literatura cientifica es publicada en el exterior. En este sentido la mayor parte de los pagos deben realizarse en moneda extranjera a editores y proveedores extranjeros.
5.- Desde que comenzó el control de cambio, todos los gastos de inversión que deban ser pagados en moneda extranjera requerían de la firma del Sr. Presidente de la República y desde el año pasado de la Firma del Sr.Vice-Presidente de la República. Este proceso es largo y engorroso (son 27 pasos que demoran entre 9 y 11 meses en ser cumplidos e involucra instancias como USB, OPSU, MPPES, Vice-Presidencia de la República, MPPES, OPSU, USB, BCV, USB, OPSU y finalmente BCV que hace el pago al proveedor.
6.- De no tener los recursos financieros en febrero e iniciar el proceso de Contratación en marzo para dar la buena pro en Abril-Mayo, hay pocas posibilidades (bajo las actuales condiciones) que el pago sea efectivo en Diciembre o Enero del año siguiente.
7.- En este sentido comienzan los cortes en los accesos a las fuentes de información y en el caso de las revistas impresas no solo se dejan de recibir oportunamente, sino que también se corre el riesgo de no recibirlas, puesto que generalmente el editor -al ser una publicación periódica- después de pasado unos meses, los números anteriores lo consideran como back issue (extemporáneos) y el precio es mas elevado.
La Biblioteca.-
Ante esta tragedia, habrá que esperar un rato antes de que pueda armarme del estado de ánimo necesario para que no me dé vergüenza contarte sobre el jardín botánico de Edimburgo.
Hasta entonces,
r
miércoles, 15 de abril de 2009
El sofá imposible
Amiga,
Desde diciembre hemos estado intentando comprar un sofá y ya en la segunda mitad abril todavía nuestra sala está poblada sólo de sillas huérfanas. Ayer estuvimos lo más cerca que se puede estar de tener uno. Engalanamos la casa con lámparas nuevas, movimos sillas y mesas, hicimos planes... y vimos llegar el sofá envueltito y listo para entrar a nuestra vida para siempre. Pero no pudo ser...
Esta historia no comenzó ayer, como puedes suponer. En diciembre, cuando regresamos de París, comenzamos la caza del sofá perfecto. Tendría que ser preferiblemente de cuero, porque si fuese de tela Gussi lo rompería con sus garras en un santiamén. Pero no cualquier cuero, porque odio las pieles brillantes vengan o no en forma de mueble. No podía ser negro, ni blanco, ni rojo... el marrón es mi único espectro aceptable de cuero. Tenía que poder convertirse en una cama, porque todos los que vivimos en el exilio estamos siempre esperando visitantes, aunque nunca lleguen.
Con esto en mente comenzamos una búsqueda que se repartió entre internet y visitas a tiendas reales. Lyo había vetado desde el principio el lugar que a mí me parecía más obvio para comprar un sofá en nuestro rango de precios: Ikea. En este lado del mundo no hace falta explicar qué es Ikea, porque más que una tienda es una especie de forma de vida pre-empaquetada para uso de adultos contemporáneos de mente abierta. Pero tal vez sea necesario comentar, para los improbables lectores de otros lados del mundo y para que te hagas una idea, que Ikea es una tienda que vende muebles de diseño a precios accesibles. De ahí la razón del veto: ¡todo el mundo compra sus muebles en Ikea!
Vetada la opción más obvia nos quedaban opciones más caras, pero tal vez más glamorosas, así que visitamos todas las tiendas de las cercanías y algunas de la ciudad. Creo que te he contado antes que nuestro pueblito está cerca de un par de enormes centros comerciales que hacen que uno se sienta más en USA que en la vieja Escocia. En esos centros comerciales hay grandes tiendas de muebles en las que entramos y salimos sin sentir la más mínima necesidad de comprar ni una mesita. Son lugares en los que venden muebles para seres tan distintos de nosotros que parecen habitar otros planetas o casas que no existen en ciudades que no son ésta.
Así que nos aventuramos más allá del vecindario y terminamos poniéndonos de acuerdo frente a la vitrina de una tienda realmente atractiva que se llamaba Sofa Workshop –como si dijéramos el propio taller especializado en sofás. Fuimos varias veces sólo a mirar y a finales de enero nos decidimos a entrar, hablamos largo con una vendedora, elegimos un estilo, una tela resistente –porque a esas alturas ya nos habíamos convencido que el cuero estaba más allá de nuestro presupuesto- un tamaño adecuado... hicimos todo el papeleo y salimos convencidos de que en un par de meses tendríamos en casa nuestro perfecto mueble para recibir visitas, se quedaran o no a dormir.
Aquí es necesario hacer un paréntesis fundamental. Las tiendas que venden muebles en este país no son como las nuestras, donde tú te antojas de una silla, la pagas y te la llevas a tu casa sin mucho trámite. No. Aquí tienes que ordenar el perol, hacer una especie de contrato de compra-venta, firmar varios documentos, comprometerte a pagar cuando sea el tiempo, y es entonces cuando mandan a hacer el mueble en cuestión, bajo tus específicas condiciones y requerimientos. Es por eso que no puedes comprar un sofá-cama hoy y tenerlo en tu casa mañana. Tienes que esperar dos o tres meses, como mínimo.
En teoría, un mes después de haber hecho el pedido nos llamarían para confirmar que, en efecto, la orden había sido recibida y en algún lugar del planeta alquien estaba fabricando el sofá-cama ideal, que nos llegaría a más tardar en marzo. Pasó un mes y no recibimos llamada alguna. Llamamos y nadie atendió. Nos armamos de valor e hicimos el viaje hasta la tienda, que queda en el otro extremo de Edimburgo y para llegar hay que montarse en dos autobuses. ¡La tienda había cerrado!
En la puerta había un letrero con los teléfonos a los que se podía llamar para pedir información sobre los pedidos ya hechos. Llamamos. Nos llamaron. Resultado: si queríamos mantener la orden debíamos esperar otros tres meses porque el proceso empezaría de cero. Dijimos que no y volvimos al punto de inicio. Había que elegir otra tienda, otro sofá, volver a ordenar y a esperar otros dos o tres meses.
Esta vez, mi argumento a favor de Ikea se volvió más convincente y –página web a mano- elegimos un sofá-cama, de cuero marrón, que quedaría simplemente perfecto en nuestra sala y costaba la mitad de lo que nos costaría comprar el mismo sofá en cualquier otra tienda. Ordenamos el mueble de nuestros sueños y nos sentamos a esperar hasta que llegó ayer, flamante y oloroso, a estacionarse frente a nuestra casa. ¡Pero el perfecto sofá-cama no entró por la puerta!
¿Puedes creer que un sofá normal y corriente no entre por una puerta? Pues así es como es en este lado del mundo. Teníamos que haber medido al milímetro cada una de las dimensiones del artefacto para asegurarnos de que entraría cómodamente a nuestra minúscula morada. Hacía falta un centímetro y medio más de espacio en el marco de la puerta, y por eso nos quedamos sin dónde sentarnos y nuestras potenciales visitas se quedaron sin cama donde pasar la noche.
Cuando vimos a los hombres del transporte llevarse el perfecto sofá-cama, que habíamos tardado cinco meses en seleccionar, comprar, ordenar y recibir, fue como si el mundo o el destino nos estuviera diciendo algo. Siempre necesitamos leer signos en los infortunios, ¿por qué será?
Lo que nuestro perfecto sofá-cama nos estaba advirtiendo era muy simple y al mismo tiempo una lección difícil de aprender: hay que tomar medidas, ser previsivo, no dar nada por sentado. Sobre todo si vives en una casa enana y con una puerta demasiado angosta. Dicho de otro modo, la historia del sofá parece estarnos diciendo que hay que ajustar las ambiciones a los espacios donde pretendemos que quepan nuestros sueños.
Pero lo que estamos comenzando a sacar en claro es una moraleja menos tradicional. Un cuento con advertencia que tiene más que ver con la condición de descolocamiento que se vive cuando uno trata de ubicarse en un lugar al que no pertenece. El exilio es un eterno proceso de ensayo y error, en el que uno queda atrapado por un tiempo que parece infinito. Se trata de un malentendido permanente y lo mismo puede pasar cuando quieres comprarte unos zapatos, cortarte el pelo o instalar una lámpara... No por casualidad Lyo dijo, al final del día en que perdimos nuestras ilusiones, que estaba cansado de ser nuevo. ¿Cuántas veces tienes que equivocarte para aprender a vivir en un lugar en el que siempre entiendes todo a medias?
No creo que obtengamos pronto una respuesta para esa pregunta fundamental. Lo que sí sé es que cansa. Cansa y desgasta equivocarse una y otra vez en las cosas más simples... y que tus deseos –por modestos que sean- resulten a veces más grandes que el mezquino espacio que puedes ocupar en un lado del mundo que te es ajeno.
Sin sofá pero todavía con esperanzas, te abraza,
r
viernes, 10 de abril de 2009
Destruir libros
Amiga,
Tenía días sin mirar la prensa venezolana y hoy me armé de paciencia y me senté a leer El Nacional, con calma de viernes santo. En esas estaba cuando me encontré con la noticia de que el gobierno venezolano ha instaurado como política oficial la destrucción de libros que considera que no contribuyen con "el proceso revolucionario".
Después del primer caso de libros destruidos, que se descubrió en Miranda, han aparecido otros en distintas bibliotecas públicas de todo el país. Los libros fueron vendidos a una procesadora de pulpa de papel o lanzados a la basura o directamente quemados. Todo esto sucedía mientras un autor que escribió la historia universal de la quema de libros dirigía la Biblioteca Nacional de Venezuela. ¿Se puede pensar en una contradicción más flagrante?
Entre los libros convertidos en pulpa de papel, según reporta El Nacional, están las obras completas de Rómulo Gallegos, que fueron editadas en España en los años cincuenta. También el Quijote de Cervantes y algunos ejemplares de Cien años de soledad de García Márquez...
Hay un libro de la australiana Geraldine Brooks, llamado People of the Book, que establece en sus morosas cuatroscientas páginas el recorrido de un libro a lo largo de seis siglos. Se trata de un libro de oraciones judío ilustrado como los textos cristianos medievales, que es prueba material de un momento de convivencia en la historia de dos modos de pensar que a veces han sido excluyentes. Se trata también de un relato de restauración y de respeto por el pensamiento y las ideas de otros.
En una de las escenas de la novela de Brooks, en medio de la guerra de Bosnia, un hombre se niega a abandonar la sitiada Sarajevo porque tiene entre manos una tarea más importante que salvar su propia vida. El hombre está rescatando libros de la biblioteca de la ciudad y se empeña en esa tarea hasta que las llamas le impiden volver a entrar al edificio en el que ya no será posible rescatar nada más. El hombre es un musulmán y entre los libros que ha salvado se encuentra el libro judío que da origen a toda la historia.
Alguien debería comenzar a promocionar allá en la tierruca novelas como la de Brooks. O simplemente la lectura de cualquier cosa, lo que sea que abra el entendimiento y promueva la tolerancia.
Te mando un abrazo entristecido, casi un pésame,
r
miércoles, 8 de abril de 2009
Acumulaciones extremas
Amiga,
El sábado de la semana pasada leí una historia en el periódico que me ha estado rondando desde entonces. Es la historia de un hombre que murió enterrado en su propia basura, porque sufría de un síndrome llamado en inglés "extreme hoarding syndrome" –algo así como síndrome de la acumulación extrema. La historia fue publicada en la revista sabatina del periódico The Guardian y puedes leerla completa aquí. Pero como está en inglés me voy a permitir hacer una versión libre en español, porque es una de esas historias que parecen inventadas y que uno hubiera querido más bien imaginar.
Gordon Stewart tenía 74 años y era un jubilado que vivía en la casa que su madre le dejó al morir, en un suburbio de las afueras de Londres llamado Aylesbury. Conducía su bicicleta todos los días para ir a comprar comida –pescado y papas fritas- y para recolectar objetos que otros habían descartado. Según sus vecinos, todos los días llegaba a la casa con una caja. El contenido de la caja y la caja misma servían para ir lentamente rellenando los espacios vacíos de la casa. Todos los espacios. Del piso al techo. Para entrar y salir, Gordon Stewart dejaba libres pequeños pasillos entre las pilas de basura empotradas contra las paredes y las ventanas.
Un día de enero, sin razón aparente, quedó preso en medio de la basura y no pudo salir más. Se murió de sed, dicen los medios. Es probable que por algún cálculo mal hecho, una simple falta de balance, una de las altas y complicadas pilas de objetos que Gordon Stewart atesoraba se viniera abajo, cerrándole el paso hacia el exterior. Y, así sin más, su propia obsesión lo atrapó para siempre.
Una semana después los vecinos llamaron preocupados a las autoridades porque Gordon Stewart no había sido visto en varios días. Y fue entonces que un equipo de rescate encontró su cuerpo descompuesto y se reveló el estado de abandono en el que vivía. Lo curioso es que ninguno de sus vecinos consideró necesario, durante los diez años que vivió Gordon Stewart entre ellos, llamar a ningún servicio social para que ayudara a este hombre solitario a vivir una vida menos miserable.
Si se tratara de una historia única no quedaría sino sorprenderse y pasar la página. Pero resulta que, sólo en el mismo mes en que encontraron muerto a Gordon Stewart, murieron otros tres acumuladores compulsivos en Gran Bretaña: Tony Baxter, de 85 años; Joan Cunnane, de 77; y Harold Carr, de 89. Todos tenían en común dos cosas: eran viejos y vivían solos. Y algo más: acumularon objetos hasta morir enterrados en ellos.
Lo que es aún más sorprendente es que, según las estadísticas, −que sirven para todo, incluso para dejarnos perplejos− un cuarto de la población británica admite que se ha visto obligada a dejar de usar al menos una habitación de la casa en la que viven, porque está llena de cosas que necesitan guardar en alguna parte después de haberlas comprado. Cosas que seguramente nadie usa.
Puedes leer sobre el síndrome en la red y enterarte de los números y los casos, que son tantos que es imposible salir del asombro. Hay acumuladores ricos y pobres, brillantes y bobos, jóvenes y viejos. Es una condición que no parece tener límites y que se define, de la manera más común, como la incapacidad para deshacerse de las cosas. Pero que se agrava cuando, además de ser incapaz de botar cosas tienes la compulsión de adquirir más y más, sin discriminación del valor o el uso de lo que acumulas.
Esta historia me ha impactado tanto porque me recuerda a mi abuela Julia. Mi mamá me contó que cuando murió mi abuela ella se encargó de limpiar la casa y botó bolsas y más bolsas de basura que la abuela había acumulado durante años. Como era una mujer ordenada y tenía familia que la visitaba y la quería, su obsesión sólo se limitaba a llenar los closets y todas y cada una de las gavetas que tenía a mano. Guardaba cosas que le regalaban o que compraba y que le resultaba imposible botar.
La abuela había guardado durante años cintas, hilos, papeles de regalo, revistas, periódicos, tarjetas de felicitaciones, ligas de sostenes, ropa interior sin usar en sus cajas originales, botones, tijeras, repuestos de distintos tipos, envases de vidrio y de plástico con sus respectivas tapas, planchas y otros aparatos eléctricos que habían dejado de funcionar, ropa, zapatos, peines, jabones, cremas, perfumes, muchos muchos papeles... y un largo etcétera que se me escapa de la memoria.
De esa compulsión de guardar se libró mi madre, que no acumula absolutamente nada y sufre más bien la compulsión contraria: todo lo bota. Pero la tendencia llegó hasta mí, saltando una generación. Siempre he creído que si no me hubiera mudado más de veinte veces en cuarenta años viviría en una casa llena de cosas que he sido incapaz de botar.
¿Quién sabe? En una nación de acumuladores extremos, estoy todavía a tiempo de morir dentro de cuarenta años, aplastada por pilas de objetos que he ido atesorando sin parar durante décadas... sin que a ninguno de mis vecinos le parezca extraño.
Por suerte mientras tenga a Lyo estaré libre de todo mal. Porque el suyo es el síndrome contrario, el del anti-consumo. Aunque ayer, en un impulso sólo atribuible a un instante de acumulación extrema, salió corriendo a recuperar de la basura una silla forrada en terciopelo rojo que unos vecinos habían botado a la basura, porque están remodelando el café de enfrente. El impulso duró poco, menos mal, y esta mañana la silla roja amaneció otra vez a la orilla de la acera, en espera obediente del camión del aseo.
Nos salvamos esta vez. Pero nunca se sabe cuánto puede durar un impulso acumulador, así que supongo que depender del balance ajeno no es de sabios, ¿no te parece?
Cariños,
r
martes, 7 de abril de 2009
Mujeres tristes
Amiga,
Mil gracias por el texto de Héctor Abad Faciolince. Es de esos textos que dice lo que uno necesita, cuando uno más lo necesita. Lo pego aquí para compartirlo con los demás improbables lectores de este blog nuestro.
Cariños muchos,
r
Mil gracias por el texto de Héctor Abad Faciolince. Es de esos textos que dice lo que uno necesita, cuando uno más lo necesita. Lo pego aquí para compartirlo con los demás improbables lectores de este blog nuestro.
Tratado de culinaria para mujeres tristes
(Fragmento)
Cuando cambias de sitio (de geografía), la memoria padece una crisis de recuerdos. El pensamiento, casi siempre, tiene un recorrido que sigue el curso de los ojos, y como tus ojos ven asuntos que casi no reconocen ni disciernen, tendrás un martilleo de imágenes e ideas en la cabeza difícil de desenredar.
Poco tiempo después verás caras conocidas, pero ya no sabrás a qué sitio corresponden, si al de antes o al nuevo. Las miras fijamente sin saber en qué lengua te hablarán, y cuando abren la boca, antes de que el sonido salga, estarás al acecho de todos los indicios. Buscarás algo que te diga si este trozo de existencia pertenece a tu vida de ahora o a la de antes.
Al amanecer, al abrir los ojos –en ese momento en que la mirada golpea cielorrasos y paredes–, los primeros segundos no estarás segura de en qué sitio te despiertas, tardarás un rato en recobrar el hilo de tu vida, y por un momento sufrirás el temor de que se haya roto definitivamente.
Una mano a tu lado, una nariz conocida, recta o aguileña pero conocida, podrá servirte de ancla a ese pasado que no puedes perder si no quieres extraviarte por los nuevos rumbos. Pero si la decisión era cambiar la geografía para cambiarlo todo, para extraviarte de gusto y empezar de nuevo con la esperanza de que en el otro sitio no reaparezcan los errores de siempre, entonces convendría no buscar caras sino asomarte a la ventana y hacerte dueña, desde lejos, del paisaje extranjero.
Así mismo, en los sabores, si quieres recordar, en casi todo hallarás reminiscencias y creerás descubrir en la polenta el aroma de la arepa. Si quieres olvidar, en cambio, reconocerás que el olor de las trufas no se parece a nada conocido, que la amargura del radicchio nada tiene que ver con el zapote. Y olvidarás para siempre el sabor del tamarindo, la avara consistencia del mamoncillo, el erótico olor de la guayaba.
Cariños muchos,
r
jueves, 2 de abril de 2009
Muebles viejos
Amiga,
Estoy releyendo un texto de Sandra Cisneros que se llama La casa de Mango Street. Lo había leído hace tiempo, cuando estaba haciendo un trabajo sobre las mujeres latinas que escriben en inglés sobre la experiencia del exilio y me había olvidado de él. Hoy lo retomé, sin ninguna razón en particular y me atrapó.
El libro es una especie de memoria de infancia, donde una niña latina que se llama Esperanza –y a la que no le gusta su nombre porque es imposible de pronunciar en inglés- cuenta cómo ella y su familia se adaptan a la vida en un nuevo vecindario de Chicago.
Seguramente está en español y se puede incluso conseguir en Mérida –cómo saber! Pero igual, por puro gusto y por darle un aire venezolano al texto, te traduzco dos páginas entre las muchas que me encantan:
Gil, compra y vende muebles
Hay una tienda de muebles y peroles viejos. El dueño es un hombre mayor. Una vez le compramos una nevera usada y Carlos le vendió una caja de revistas por un dólar. La tienda es pequeña y tiene sólo una sucia ventana por donde entra la luz. El viejo no prende la luz a menos que tengas plata para comprar algo, así que buscamos en la oscuridad y vemos cualquier cantidad de cosas, mi hermana Nenny y yo. Mesas patas arriba y fila tras fila de neveras de esquinas redondeadas y muebles que lanzan polvo al aire cuando los golpeas y cientos de televisores que seguramente no funcionan. Todo está encaramado encima de todo así que la tienda sólo tiene pasillitos mínimos por donde caminar. Te puedes perder de lo más fácil.
El dueño es un hombre negro que no habla mucho y a veces, si no lo conoces, puedes estar ahí por un rato largo antes de darte cuenta de que hay un par de lentes dorados flotando en la oscuridad. Nenny, que piensa que es de lo más viva y habla con cualquier gente grande, le pregunta cantidad de cosas. Yo nunca le he dicho nada excepto una vez que le compré la estatua de la libertad por diez centavos.
Pero Nenny, no. Una vez le escuché preguntarle al hombre qué es eso y el hombre dijo Eso, eso es una caja de música, y yo miré rápido a ver si era una hermosa caja con flores pintadas encima y una bailarina adentro. Pero no era nada de eso. En el sitio donde el hombre estaba señalando sólo había una vieja caja de madera que tenía adentro un gran disco de metal con huecos. Entonces la puso a funcionar y comenzaron a pasar toda clase de cosas. Fue como si de pronto hubiera lanzado un millón de mariposas nocturnas sobre los polvorientos muebles y sobre las sombras alargadas y dentro de nuestros huesos. Como si fueran gotas de agua. O marimbas, sólo que con un raro sonido punteado como si estuvieras pasando los dedos por los dientes de un peine de metal.
Y entonces, no sé por qué pero tuve que mirar para otro lado y hacer como si no me importara la caja y para que Nenny no viera lo estúpida que soy. Pero Nenny, que es todavía más estúpida, ya está preguntando cuánto cuesta y ya puedo ver sus dedos buscando los centavos en los bolsillos de sus pantalones.
Esto, dice el hombre cerrando la tapa, esto no está en venta.
Hasta aquí el texto de Sandra Cisneros. Es un fragmento que me parece extraordinario por lo mucho que dice en tan poco espacio. Todo el libro está escrito así, con retazos de historias que van construyendo una imagen más completa pero que siempre parece rota, fragmentada. Es una muestra de cómo se pueden construir cosas complejas con pedazos simples.
Espero que te haya parecido interesante.
Un abrazo,
r
Estoy releyendo un texto de Sandra Cisneros que se llama La casa de Mango Street. Lo había leído hace tiempo, cuando estaba haciendo un trabajo sobre las mujeres latinas que escriben en inglés sobre la experiencia del exilio y me había olvidado de él. Hoy lo retomé, sin ninguna razón en particular y me atrapó.
El libro es una especie de memoria de infancia, donde una niña latina que se llama Esperanza –y a la que no le gusta su nombre porque es imposible de pronunciar en inglés- cuenta cómo ella y su familia se adaptan a la vida en un nuevo vecindario de Chicago.
Seguramente está en español y se puede incluso conseguir en Mérida –cómo saber! Pero igual, por puro gusto y por darle un aire venezolano al texto, te traduzco dos páginas entre las muchas que me encantan:
Gil, compra y vende muebles
Hay una tienda de muebles y peroles viejos. El dueño es un hombre mayor. Una vez le compramos una nevera usada y Carlos le vendió una caja de revistas por un dólar. La tienda es pequeña y tiene sólo una sucia ventana por donde entra la luz. El viejo no prende la luz a menos que tengas plata para comprar algo, así que buscamos en la oscuridad y vemos cualquier cantidad de cosas, mi hermana Nenny y yo. Mesas patas arriba y fila tras fila de neveras de esquinas redondeadas y muebles que lanzan polvo al aire cuando los golpeas y cientos de televisores que seguramente no funcionan. Todo está encaramado encima de todo así que la tienda sólo tiene pasillitos mínimos por donde caminar. Te puedes perder de lo más fácil.
El dueño es un hombre negro que no habla mucho y a veces, si no lo conoces, puedes estar ahí por un rato largo antes de darte cuenta de que hay un par de lentes dorados flotando en la oscuridad. Nenny, que piensa que es de lo más viva y habla con cualquier gente grande, le pregunta cantidad de cosas. Yo nunca le he dicho nada excepto una vez que le compré la estatua de la libertad por diez centavos.
Pero Nenny, no. Una vez le escuché preguntarle al hombre qué es eso y el hombre dijo Eso, eso es una caja de música, y yo miré rápido a ver si era una hermosa caja con flores pintadas encima y una bailarina adentro. Pero no era nada de eso. En el sitio donde el hombre estaba señalando sólo había una vieja caja de madera que tenía adentro un gran disco de metal con huecos. Entonces la puso a funcionar y comenzaron a pasar toda clase de cosas. Fue como si de pronto hubiera lanzado un millón de mariposas nocturnas sobre los polvorientos muebles y sobre las sombras alargadas y dentro de nuestros huesos. Como si fueran gotas de agua. O marimbas, sólo que con un raro sonido punteado como si estuvieras pasando los dedos por los dientes de un peine de metal.
Y entonces, no sé por qué pero tuve que mirar para otro lado y hacer como si no me importara la caja y para que Nenny no viera lo estúpida que soy. Pero Nenny, que es todavía más estúpida, ya está preguntando cuánto cuesta y ya puedo ver sus dedos buscando los centavos en los bolsillos de sus pantalones.
Esto, dice el hombre cerrando la tapa, esto no está en venta.
Hasta aquí el texto de Sandra Cisneros. Es un fragmento que me parece extraordinario por lo mucho que dice en tan poco espacio. Todo el libro está escrito así, con retazos de historias que van construyendo una imagen más completa pero que siempre parece rota, fragmentada. Es una muestra de cómo se pueden construir cosas complejas con pedazos simples.
Espero que te haya parecido interesante.
Un abrazo,
r
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